Maximiliano Curcio
Orson Welles constituye un caso de trascendencia única. Para entender la permanencia de su figura a lo largo de los años y lo esencial que su obra contribuyó al progreso del cine, basta evidenciar el adelanto cronológico de sus obras, en cuanto a una técnica depurada gracias a recursos visuales renovados y a una narrativa dramática desconocida hasta entonces. Welles sacudió los cimientos del cine clásico mediante una concepción cinematográfica que subvirtió las armónicas formas del relato convencional.
Como grandes artistas de todos los tiempos, el autor cinematográfico fue un incomprendido en su era. Un auténtico genio maldito. Su desaparición física se produjo justo a tiempo cuando los críticos de la época y el propio público -que durante tantos años le diera la espalda- comenzaban a reconocerlo por su talento y la trascendencia que su figura implicó: un auténtico pionero e inventor que revolucionó las bases del cine de su tiempo y del futuro.
Su obra se retroalimentaba en su propia pasión por el cine como arte en constante evolución, impronta de una llama incandescente reflejada en esa necesidad imperiosa de desafiar las reglas de forma constante. Inmerso en ese vértigo creativo logró dar rienda suelta a su prolífica obra, de magnitud y trascendencia única.