10-12-2021

Como cada año por esta época la familia comenzó a preguntar lo mismo en cuanto al lugar para reunirnos y pasar Nochebuena, para los regalos, la cena, lo de esto, aquello y lo otro, propio de la ocasión. Los más cercanos lo hacían sin ahondarme de manera directa ni insistirme en el asunto... ¡Ellos lo sabían!, tal vez porque la sombra fiera de mi orfandad, en lugar de disiparse con el paso de los días, más evidente en mis ojos se hacía.
Nadie lograba, o se atrevía, a descifrar el lenguaje de mi tristeza, ni a percibir el ajenjo en mis labios. Ninguno sabía que en mi mente escribía ese poema en prosa que por siempre postergué. Que en mi ser solo cabida tenía tejer con lágrimas el amor que en silencio desde niño le proferí... ese que, en vida, con miradas taciturnas de vez en cuando le recitaba. Amor que, tras aquel 7-9-21, cuando sin esperarme ella decidió a lontananza partir sin mí, me condujo a un abismo insondable, personal, ¡solo mío!, en el cual desde entonces a sus profundidades caí.
Pero ¡cómo decirles a mis allegados que esta vez lo único que necesitaba, y quería, era estar a solas con mamá!