Ela Urriola
Pederastia es una palabra a la que no terminamos de acostumbrarnos, quizás porque la disfrazamos de pecado o la convertimos en la histórica costumbre que se diluye bajo el mutis de las sotanas. Pero la pederastia es un acto criminal y las consecuencias sobre sus víctimas resultan inconmensurables: les fulmina la infancia y les arrebata la confianza en el futuro. Entonces, ¿cómo una sociedad se acostumbra a mirar hacia otro lado? ¿Cómo ser indiferente ante el vuelo quebrado, ante la fragilidad de esos cuerpos lanzados al abismo? ¿Por qué edulcorar con eufemismos el crimen y el delito, y por qué no hacer valer la justicia frente a la imborrable herida de la víctima?
El vértigo de los ángeles es un poemario inspirado en el compromiso que expresara Zelaya y que Ornel Urriola Marcucci sustentara en ese texto intitulado Vivencia del mensaje de la poesía: El quehacer poético involucra una ardua faena del poeta, tanto es así, que en algunos países, se considera a los poetas como verdaderos obreros. Y si se toma en consideración el elemento básico con que el poeta elabora su producto pletórico de vivencias humanas, de realidades que trascienden al hombre hasta partirlo, entonces se está en la capacidad de calibrar al artífice en la médula de su quehacer poético.
Estos versos aspiran a reafirmar el respeto que tengo por la poesía, así como el deber que trasciende a lectores y poetas de todas las épocas, obreros y constructores del futuro: seres humanos comprometidos con soñar, actuar y remecer con palabras la injusticia, para que el mundo sea un lugar más seguro para sus niños. Y como lo infiere la cita de Nietzsche: es hora de depurar, sacudir la bruma, soportar el peso de la verdad; es la hora de hacer justicia. La única hora valiosa para evitar, no ya un diluvio, sino el sempiterno naufragio: la de asumir la responsabilidad.