Eyra Harbar
Prólogo a Paraísos quemados de Eyra Harbar
Giovanna Benedetti
No hay catástrofe más poética que la de un paraíso que se quema. Es el mito primordial, la epifanía del desarraigo con todas sus consecuencias: la ruptura, el exilio, la disociación, la nostalgia, la confusión recelosa mezclada con la esperanza; y la huida, siempre la huida de esa humanidad desamparada que traspasa las fronteras sobreviviendo al infierno, y que con magnífica factura metafórica Eyra Harbar denomina “rostros sin espejo”.
Los poetas y los migrantes transitan caminos cercanos. Ambos buscan resarcirse de esa sensación de fuga a la que están subordinados. Pero mientras el poeta no tiene remedio (nació para ser tránsfuga), la migración, por el contrario, constituye una contingencia: nunca una identidad. “Huir es el verbo del odio” —advierte la poeta desde la primera página—; y enseguida se comprende que ser migrante es cuestión de estigma, de anatema social, de tacha que pone el acento en dos estereotipos: la otredad (lo extraño, lo desconocido, lo raro) y la marginalidad, que es la marca del condenado. “Huir” pues, ese “verbo sin equipaje” que se conjuga hoy en presente y en clave de globalización, es inflexión que solapa un entramado de vergüenzas. De desafiar esas vergüenzas, trata este poemario.
Paraíso quemado es poesía de la conciencia, no de la experiencia. Eyra Harbar no es migrante, pero su voz poética, manejada por la empatía, es capaz de establecer una complicidad de sensaciones y evidencias como corresponde a un acercamiento de gran honestidad.
Sin romper la tensión interna, la poeta nos lleva en volandas por una variedad de rumbos que encaminan el destierro: el monte, el río, la ciénaga, la alta mar, la mar adentro, la jungla...y con versos sencillos que deslumbran precisamente por poseer la cualidad de las cosas sencillas, construye una poética expansiva contenida en su brevedad.
La estructura del poemario me llama la atención. Se abre con una ruptura paradigmática: “La tierra rota”, y se cierra con una figuración legal “Expediente”, (orlada por un epígrafe de la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951) que deja flotando —literalmente— una palabra en mayúsculas: “FRÁGIL”. Esta “fragilidad” estaría referida a la preocupación del migrante acerca del sitio donde han de terminar sus huesos, en esas “Cajas con notas de puño y letra/ enterradas en la etiqueta”, indicando —de este modo— el deseo de volver a la tierra rota, al paraíso quemado. Pero “FRÁGIL” también podría connotar la impotencia, que siente la propia poeta, ante ese trabajo de Sísifo que supone la tarea de proteger los derechos humanos de migrantes y refugiados en un mundo globalizado.
En este poemario, debo decirlo, la autora ha construido una poética de rara proyección: que se expande, que va creciendo y que puede ocurrir que termine conmoviendo al lector. ¡Quedan advertidos!
Giovanna Benedetti
San Lorenzo de El Escorial, Madrid, marzo de 2014