«Entre brumas escondidas»
A Jandir Rodríguez
El cantautor Luis Pastor González en su canción «Jinotega» escribe unas líneas que nos dan pauta sobre el origen del arte jinotegano: «Allá donde terminan esos cerros/ allá donde comienzas a soñar/ ahí donde la bruma te da vida…», y sigue. De ellas extraigo dos elementos esenciales que hacen posible la existencia misma de la poesía: «soñar» y «vida», porque, para ser poeta, primeramente, se vive y luego se sueña con ser poeta. Eso es lo que han experimentado cada uno de los poetas que forman parte de la antología «Jinotega en versos» (2021) del educador, historiador y escritor Harlan Oliva Regidor, cuyas raíces se asientan en esa región montañosa, chorotega y caficultora de Nicaragua.
Esta antología recoge a las voces, a juicio de él, más emblemáticas de la poesía jinotegana, bajo el cuido editorial de Ediciones Espiral del profesor Alexander Zosa-Cano, miembro de la Academia de Geografía e Historia de Nicaragua y con un prólogo del ya fallecido académico nicaragüense, don Francisco Arellano Oviedo, Oliva Regidor suma ya una producción bibliográfica marcada por la admiración a la obra de Rubén Darío, su «joya de los castos abriles», por Jinotega, a través de su historia y sus poetas, pero que, en esencia, todas juntan el amor por Nicaragua, «República literaria», en palabras de la académica Nydia Palacios Vivas.
La presente obra del profesor Harlan Oliva es fruto de una disciplinada lectura sobre los poetas que incluye, a quienes no solo logra seleccionarles sus mejores poemas, sino que los geo-distribuye en la región jinotegana. Esta particularidad –confieso- que no he visto en alguna otra Antología, manifiesta la delicada tarea de compilar autores cuyo denominador común, es, como el de Harlan, el amor a Jinotega. En ese sentido, y aquí aclaro que puedo pecar en la omisión de poetas, esta reseña incluye a los autores cuyas temáticas estén en similitud sobre Jinotega.
En ese sentido, permítanme sintetizar el amor que a Jinotega le han profesado sus poetas:
Alfredo Alegría inicia esta Antología y con él un poema que describe a Jinotega:
Ciudad de los pinos y cipreses góticos
como adormilada por blancos narcóticos,
casa de las rosas florido incensario
de nieblas que danzan un baile primario.
(Jinotega)
El poeta José Víctor Ruiz Úbeda, en su poema «Color Esperanza», la segunda estrofa, específicamente, nos evoca la cotidianeidad de Jinotega:
La neblina blanca
se posó en el cerro,
hay alegres trinos
de los pajaritos
los hombres trabajan
labrando la tierra,
y el buey muy paciente
tira el arado.
(Color esperanza)
Las anteriores estrofas, tomadas cada una de autores y poemas diferentes, buscan adjetivar desde el corazón a Jinotega. Esta poesía natural que refresca y trae hasta nosotros la ligera brisa de la montaña y la gélida bruma segoviana, también se concatenan con la poesía religiosa de Simeón Justiniano Úbeda en su poema «Al padre Odorico» y «A la Virgen del Perpetuo Socorro», a quien llama en uno de sus versos lama «Estrella del mar», en buen latín «Stella maris». Digo lo anterior, no solo convencido de mi fe, sino porque es inimaginable concebir el amor a nuestro terruño sin no amar su naturaleza, su fe y a sus referentes históricos que confirman más nuestra identidad particular.
El poema «Jinotega, mazurkita de mi amor» del profesor Alberto Rivera Monzón hace un recorrido geográfico e histórico de Jinotega. Pudiéramos decir que el poeta sintetiza a Jinotega a partir de esa descripción detallada de sus paisajes, de sus personajes y acontecimientos, todo ello se puede resumir en los dos versos finales del poema:
Tu velo de brumas, novia eres del sol,
musa de la historia, jazmines te doy.
(Jinotega, mazurkita de mi amor).
Sin duda alguna, la palabra «musa» vuelve a aparecer en la Antología referida a Jinotega, esta vez en la poesía de José Domingo Moreno Castillo. No sabría concluir que si la influencia del término tenga sus raíces en Rubén Darío o en el hecho en que cada autor tenga su propia musa, lo cierto es que el autor lo deja claro en su poema «Jinotega»:
Jinotega, de perfil fondo y laterales
sos exuberantemente preciosa
mustia, sumisa y sabia.
Tu verde invernal es
capaz de motivar doblemente
a los más connotados pintores.
¡Oh impresionante musa!
Ahí en Datanlí, Jigϋ ina y Los Robles
te vuelves un trío de estancias saturadas
de armonías, sosiego y futuro: Jinotega.
¡Ah, qué delicia! Pasear por tus campiñas
bajo ese sol modesto,
fructífero, virtuoso.
Santa Lastenia, renacer perenne
de crisantemos, rojos, blancos y amarillos
Jinotega, sutil acuarela.
(Jinotega)
Si algo me impresiona tanto de esta Antología, no solo es la autenticidad de sus autores y sus poemas, sino la capacidad de amar a Jinotega. No creo que exista, salvo por la literatura chontaleña, otra similitud de poesía como la que Harlan Oliva Regidor devela en esta obra. El poema «Jinotega», pero esta vez del poeta Ramón Pineda Úbeda, en los siguientes versos va describir la temporalidad de ese amor:
Niña esquiva y recatada,
novia de abrazo distante;
te muestras ruborizada
ante el piropo galante,
pero altiva la mirada
y muy gallardo el semblante.
(Jinotega)
En este recorrido de la identidad jinotegana, no puede pasar por desapercibido los metafóricos versos de la primera poeta que encuentro en esta Antología: Leyla Torres, que en su poema «Negro», si bien no de forma explícita, nos va rememorar lo que afirmamos al principio de esta reseña sobre la Jinotega caficultora:
¡Cómo me deleito en tus almíbares!
tú, eres el estímulo natural a mis insomnios
mis labios se humedecen en tu piel cada mañana
entonces te pienso, sondeas mis abismos
tonificas mi fatiga, cuando mi lengua te cata
Y te diluyes en mi boca ¡Qué delicia!
Tu aroma me provoca, eres mi estímulo perfecto
con unas gotas de crema en la cima de tu cuerpo
¡te degusto en una taza!
¡Bien caliente!
(Negro)
Hemos mencionado que esta reseña tiene una idea común extraída de los autores que coinciden en esa descripción integral sobre Jinotega. El amor a esta tierra es el reflejo de estar configurados con ella, por ello, insisto mucho en ese hilo temático. El poeta Jairo Antonio Méndez Berríos en «Amor Brumoso» va describir qué es el amor:
Por esas bellas inditas,
porque mi pueblo es rebelde
yo gritaré hasta que muera,
que ojalá sea de frío
para dormir en tu hoguera
con el grito de un gigante:
Viva, viva Jinotega.
(Amor brumoso)
El amor está muy presente en este poeta, en «Mi tierra mojada» tiene un deseo profundo y desgarrado por su tierra:
Llueve Jinotega, llueve esperanza, que llueva también
venganza
de tierra ultrajada, del laurel caído y de la sombra
borrada.
Llueve Jinotega, hoy te me asemejas a cuerpo de
mujer bella y esbelta bajo la ducha.
(Mi tierra mojada)
Johnny Montenegro, quien escribe «¡a las bellas hembras de etéreos linajes!» en su poema «Jinotega» va a brindarnos, en otro poema, esta simbiosis paisajística y religiosa presente en la identidad jinotegana:
Gloria al sacerdote aquel
que vestido de color marrón
vino al pueblo de san Rafael
con paz y celestial perdón.
(Odorico)
La línea de tiempo que Harlan Oliva Regidor nos ofrece en «Jinotega en versos», reafirmando, es parte de su acuciosa vocación de investigador. Esto nos confirma que, más allá de ofrecer una mirada a la poesía jinotegana, hace un recorrido a través de la historia, como en su libro «San Juan de Jinotega», no renuncia a capitalizar en sus obras el legado histórico de su ciudad natal. Por ello, es loable reconocerle que a su vez reconoce el arte en su contemporaneidad al incluir a Ladislao Cano, un poeta emergente que se va abriendo paso en el arte de la poesía y de la declamación.
Ladislao, presente en esta obra, le canta al amor y a la mujer con su poesía inédita. Su poema «A unos labios» lo dice así:
Niña bonita, niña de hermosura,
beldad eres; si es acaso
el azafrán del ocaso
que desvanece hacia la hora oscura,
es cuando cantas, es cuando
hablas y líes secretos, contando
cosas de literatura.
(A unos labios)
En su poema «Mi mamá» describe ese amor sublime, hogareño, madrugador de la cotidianeidad jinotegana a la cual nos referíamos al inicio de esta reseña:
Mi mamá palmeaba tortillas,
yo era niño de rosados sueños,
taza con café y en platos pequeños
las tortillas parecían mejillas.
(Mi mamá)
Finalmente, no quisiera omitir que al profundizarme en esta Antología, también viene a mi memoria el amor genuino por mi propio terruño: mi Ometepe, mi isla. Comparto con Harlan el hecho de que ambos vivimos fuera de Nicaragua, pero nuestra patria vive en nuestro corazón, en nuestra conciencia y llevamos de ella lo más grande que posee: su literatura. Todo ello, gracias a la influencia rubendariana en nuestra identidad de nación. ¡Es la literatura la que define mejor el ser nicaragüense! Por ello, deseo cerrar estas líneas, que ojalá también se entiendan por el amor adoptivo que le profeso a Jinotega al leer a sus poetas, los de ayer y hoy, con un pequeño fragmento de la «Oda a Jinotega» de Pedro Alfonso Morales:
Jinotega, ¡salve!, Jocomico,
joya de los hombres eternos
allí viven entre sus linderos
vecinos de los árboles de jiñocuagos
tal vez mangue-chorotega, quizá nahuas,
acaso hablando en misumalpa,
ya macrochibcha dedicado a sus cafetos
con el respeto de la naturaleza, la tierra
fresca, brisa y bruma de la mañana.
(Oda a Jinotega)
¡Gracias, Harlan, porque al ser geógrafo de la poesía jinotegana, inspiras en otros el anhelo de que, algún día, cada región nuestra, tenga a hombres y mujeres que le amen, tomando, por ejemplo, a estos referentes embelesados por «la novia de la montaña»!
Manuel Sandoval Cruz
Escritor nicaragüense
San José, Costa Rica 26 de agosto de 2022