Autora: Cuquis Sandoval

Hidalgo del Parral, Chihuahua, 9 de febrero del 2022

Queridos hijos:

Recurro al género epistolar, porque conozco la benevolencia de la escritura. Entre sus cualidades se encuentra, que perdura a través del tiempo, permite desnudar el alma, trastocar las emociones y sentimientos para transformarlos en palabras, cuyo significado está envuelto en memorias, suspiros, añoranzas e introspecciones que corren desaforadas por el pensamiento, buscando el cauce que les de aliento, sentido y pertinencia a la comunicación que está a la espera de gestarse en cada frase y párrafo vertido.

La aglutinación de memorias es tanta, que debo hacer una meticulosa separación por categorías y recurrir a la línea cronológica del tiempo, que me permita revivir esos días; porque a pesar de repetir el mismo evento por cinco ocasiones, cada vez fue diferente, cada hijo contribuyó en una transformación paulatina, me fui convirtiendo en una mujer más serena, más plena y madura.

Así, que me permití una reminiscencia introspectiva  a la gestación y nacimiento de cada uno de ustedes, y volví a revivir el tiempo, a sentir dentro de mí,  el palpitar de sus corazones; sus pequeños pies haciendo patente su presencia en ese espacio reducido que los cobijó por nueve meses, los cambios internos y externos experimentados, el amor que asomaba a mis ojos, el miedo al no saber si habría alguna complicación en su desarrollo; en la fe ciega al orar a un ser omnipotente, por su sano crecimiento y arribo al mundo; acariciando mi vientre, meciendo, arrullando, canturreando y entablando diálogos; imaginaba sus rostros sin conocerlos y soñaba con el día que podría acunarlos en mi regazo.

Recuerdo el momento del parto, no solo por el umbral de dolor experimentado, sino como una ventana que ponía punto final a ese compás de espera, permitiéndome gozar de su presencia. Está latente en memoria y corazón, el timbre de su llanto, cuando sus pulmones se expandieron para absorber el oxígeno e hicieron patente su entrada triunfal al mundo; cuando los tomé en brazos y sentí la vulnerabilidad y fragilidad de su cuerpo, estaban tan indefensos, que desde ese mismo momento supe que por siempre serían mi prioridad, que los debía cuidar, proteger y amar.

En este devenir de los recuerdos, vuelvo a experimentar   la alegría de ser partícipe de cada uno de sus logros, la primera vez que se sentaron, cuando sus pequeñas piernas sostuvieron su cuerpo ante los barrotes de la cuna; cuando descubrieron el poder mágico de la sonrisa y carcajada abierta, por esos besos y caricias compartidas; por estar en mi cama, en mi mesa, en mis pensamientos, en cada instante de mi existencia.

Como si fuera una película, los fragmentos de recuerdos aparecen y se desvanecen, me obligo a hacer un alto en mis cavilaciones, les veo caminando a mi lado con una pequeña lonchera y mochila sobre su espalda, se aferraban a mi mano como si presintieran que era el primer paso para emanciparse del lazo maternal, al llegar ante la puerta del jardín de niños, tuve que forcejear y desprender  su mano de la mía; debí cerrar mis oídos a sus gritos y lamentos, ante la incertidumbre de estar lejos de casa, en otro espacio y otra gente.  Las emociones son saltos enormes o pequeños de acuerdo a su aparición; tres horas se convirtieron en un suplicio al imaginar su rostro surcado de lágrimas. Al volver a recogerlo, imaginaba el peor escenario. Una sonrisa aflora en mi rostro, les veo salir del salón de clase sonrientes, alegres, las palabras se atropellaban en su boca queriendo conversar acerca de las experiencias y aprendizajes obtenidos.

Que felicidad cuando abrí mis brazos y volví a sentir su pecho palpitando cerca del mío; sin estar consciente, estaba preparando la base que serviría de plataforma para emprender su vuelo y expandir sus horizontes. 

Debí capturar en video o en un diario cada día de su existencia, porque esta memoria mía presenta huecos, saltos que están en blanco, que a veces solo puedo medio completar cuando observo las fotografías. Mis ojos se cierran, buscando en los recovecos del pensamiento. ¿A dónde se fueron tantos instantes vividos? Se presentan cual flashazos que llegan y dan destellos para luego volver a sumergirse en la incógnita del olvido.

Escucho con nitidez, los ecos que viajan a través del tiempo, unas vocecitas tenues tarareando melodías infantiles, juntando sílabas y dando lectura a sus primeras letras, la declamación de esos versos que aprendían en la escuela, sus presentaciones en festivales, cuando aprendieron a nadar, el cómo fueron cambiando sus juegos, el pedalear en bicicleta, en patines, la espera de su fiesta de cumpleaños, navidad y fechas específicas del hogar.

En un santiamén cursaron las etapas, de niños a adolescentes, de juventud a madurez, ya que a muy temprana edad cayeron atrapados en las redes del amor; y el ciclo de la vida volvió a repetirse, se convirtieron en generadores de vida y han transitado por ese mismo camino que aquí les he narrado.

 Mi madre, se encargó de consentirles todas aquellas cosas que yo no aprobaba, llenaba sus biberones de café, gaseosa, jugo o lo que ustedes pedían; se disputaban el derecho de dormir a su lado, de quedarse en su casa y disfrutar el amor incondicional de abuela. Es el rol que ahora desempeño con sus hijos, les beso, les tomo fotografías, les cocino su comida preferida, porque sé que son etapas de la vida. Hoy desean estar en casa de los abuelos, pero más adelante su tiempo será para amigos, escuela y querrán explorar sus propias aventuras.

No olviden nunca cuanto les amo y que son portadores de felicidad a mi existencia. Experimento gran satisfacción por nuestro papel cumplido en su crianza, dos mujeres y tres varones que se dedican con entusiasmo y entrega a su trabajo, pero, sobre todo, que son madres y padres amorosos, responsables y dedicados a sus hijos. Pueden verse en sus ojos, como yo me reflejo en su mirada.

Me permito cerrar esta carta con una estrofa del poema de Rudyard Kipling que lleva por nombre “Hijo” y dice: Si quieres amarme/ bien puedes hacerlo/ tu cariño es oro que nunca desdeño/ más quiero comprendas que nada me debes/ soy ahora el padre, tengo los deberes/…

Nunca olviden los consejos y enseñanzas aprendidas del hogar, no dejen de soñar.

¡Los amo!

Atentamente

Cuquis Sandoval Olivas.

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