Poema: Thanatos, desde el umbral de una calleja equidistante, aguarda con sus Keres la muerte de Hesíodo
Autor: Marvin Calero
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Y no hay que aborrecer a la ignorada
emperatriz y reina de la Nada.
Rubén Darío
¡Thanatos!
¡Sejmet!
¡Chernabog!
¡Coatlique!
¡Hela!
¡Morrigan!
¡Erlik!
¡Mainyu!
¡Heridor!
¡Emperatriz de la nada!
¡Arcángel de la muerte!
¿Cómo he de llamarte en este poema blasfemo?
─Soy el heresiarca de un género pretérito─
La sibila me ha mostrado
la impronta muerte de Hesíodo.
Flores de laurel y olivo
mascullan en los búcaros de mármol
de un hipogeo a destiempo.
En el estoicismo
he aprendido a ser pragmático
al uncir la desgracia en el páramo
donde las penas aparecen
como ciudades derruidas por el olvido.
─ He sido un incauto ─ dice el propio Hesíodo
y luego expira ante el inusitado destino
negado a la clarividencia
del oráculo de Delfos.
En vano es exaltar la grandeza de los dioses
si fuera de las hecatombes y libaciones,
un poema es una nadería ante su grandeza.
En la hora terrible
el cristal se triza en la obsidiana del páramo,
en la lejanía las columnas jónicas
recitan el poema en el lenguaje del tiempo.
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