Cuento: El poeta
Autora: Tania Anaid Ramos (Azula)
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Moisés se interesó por la poesía cuando empezó a estudiar literatura en la universidad. Su amor por las letras fue tan grande que quiso conocer a uno de esos poetas raros, de esos autodidactas que admiras de lejos, pero con los que nadie quiere entablar una conversación por incomprensibles.
El poeta de a pie, de esos con los que te topas en la calle y no en la academia, era un erudito en filosofía y poesía a pesar de no haberlas estudiado formalmente en la universidad. Había publicado seis libros de poesía y tres de filosofía. Además, creó, como propuesta estética, un nuevo sistema ortográfico. Sin embargo, apenas podían leerse sus textos porque las palabras estaban escritas tal cual sonaban, sin tomar en consideración ninguna regla. El lector tenía que emprender una ardua tarea para construir y comprender el texto. Tocaba colocar las comas y los puntos, separar los párrafos, acentuar las palabras… En ese intenso trayecto se perdía el mensaje, así que muchos optaron por no leerlo y solo escucharlo cuando se presentaba en recitales. Su poesía, sin duda, era de las mejores, pero adentrarse a esa jungla polivalente de sentidos en la que apenas se podían reconocer las palabras era un gran desafío.
La curiosidad de Moisés por entender a Daniel fue tan grande que logró concertar una entrevista con el poeta, quien le pidió a cambio que lo llevara a ver el mar. El bardo no tenía transporte, vivía en un pueblito aledaño a la universidad y apenas se sostenía con lo que lograba vender de sus publicaciones. Aquella tarde, el poeta no paraba de elucubrar… Schopenhauer, Spinoza, Valery, Mallarmé. Fue intenso y agotador para Moisés, pero muy productivo, aprendió cosas que de seguro la universidad no le iba a enseñar. En el fondo, entendió por qué nadie le podía seguir el paso, la mente del genio viajaba a la velocidad de la luz, no daba tregua a asentar ninguna idea, todas las hilvanaba en un tejido misterioso y enigmático. Sus ojos oscuros, como aquella noche cerrada, volaban, parecían despegárseles del rostro, zigzagueantes ante las ideas que se le desbordaban una tras otra. Quien lo hubiese visto de lejos, habría pensado que estaba loco, pero era un loco sabio, que a falta de amigos y familia no podía dejar de hablar ni reflexionar. Una vez irrumpía su imaginario, no había vuelta atrás. Moisés, deslumbrado, trataba de entenderlo, mientras Daniel se mantenía en su divagar filosófico.
A Moisés se le hizo difícil regresarlo a la cotidianidad de aquella noche oscura. Lo condujo, como pudo, hasta el auto, siguió la conversación con normalidad y lo llevó a su casa. A Daniel parecía habérsele desbordado el mar, tanta palabra junta no era fácil de organizar. Quizás el mar había provocado aquella reacción extraña en el poeta que sería imposible detener. Ahí fue cuando Moisés recordó aquella corta historia en la que un padre lleva a su hijo a ver el mar por primera vez y este enmudece por unos segundos ante su hermosura. Pero a Daniel le había sucedido lo contrario, y las palabras escapaban al entendimiento, como en sus libros. Moisés, con sus enormes ojos azules, creyó descifrar parte del enigma y años más tarde, en sus investigaciones, nos devolvió coherentemente, más allá del mito, al poeta.
Tania Anaid Ramos González, AZULA
Cuento
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