Poema: La voz sin nombre (El niño de Granada)

Autora: Ela Urriola

En estos días tan feos
encontré a un ángel
engarzado entre las rejas
de un estacionamiento.

Yolanda Pantin,
Cura.

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“Afuera están los elefantes “
me decía
esa voz sorda
como polilla gravitando en la lámpara;
seca,
como el madero
en su evasión
de la hoguera.

Esa voz se desdoblaba
como arcadas de un animal sediento
ignorando
los titulares de los diarios,
las sentencias hipócritas
del corral político
sazonado de estadísticas,
veredictos
y hasta el detritus
de una transnacional
que compra el paraíso
siempre a la venta.

Voz ajena a las voces
que se hartan de ostras y champaña,
que me hablan de niños en abstracto,
niños rubios
que mascan pan con semillas,
que sorben el futuro edulcorado
en el parnaso,
mientras lo invisible
me habla
en todas las lenguas del hambre,
me grita
en el idioma del espanto.

Algo cobraba vida
en el asfalto
cuando escuchaba
esa queja sin emisario,
que arrastraba las palabras
dentro de la noche
como descontando el aire,
la brisa,
la infancia de las mariposas
y el recuerdo
de los estambres
en los patios familiares;
algo se quebraba para siempre en mi garganta
cuando intenté contestar
y no sería capaz ya de abrir los ojos
sin revisar el mapa
de las circunstancias,
desconfiar del sol
para explicarme el sentido de esperar
la mañana,
porque de pronto me sentí impotente y harta
intoxicada de café y gentes
que sólo se atreven a ripostar
cuando las revistas pagan.

Esa voz oscura
-de unos doce años-
se desdoblaba
en lo profundo de sempiternas cicatrices
con olor a vaso roto
y a pega,
rumor de sueños derruidos al filo de un lago
que promocionó Disney
junto a un zaguán latinoamericano.
La inocencia no existe:
cifras y discursos
se editan
como largometrajes que huelen a fresas,
pero aquí cosechamos guayabas
cuando no se las llevan
para vendernos la jalea.

La mudez del mundo resuena
en voces acalladas en los parques
por tormentos que fraguaron manos adultas,
recorriendo decibeles
tiznados con las sombras
en sus inacabados cuerpos;
y como si no pasara nada,
se anuncian las ofertas del verano
y el color de pasarela en los labios,
y las posibilidades de generar éxitos
con piernas esculpidas por pedidos
en Amazon;
se anuncia
el fin de la batalla de gigantes,
el Brexit les duele en los callos,
y el discurso se tornó amargo
como la bilis,
como el presente
que el mundo civilizado
está calcinando.

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Ayer se robaron el cofre
y hoy nos drenan la linfa,
pero Trump no quiere a nadie
en su baile de merengues dorados,
y ahora todos estamos sobrando.

Retumba
esa voz infantil
que creció de golpe
sin padres
protectores,
sino que aprendió a decir
que surgió de unos podencos
alimentados del pecado.

Con la razón del desconocimiento
sobre el suicidio de la infancia,
quebrada
e ignorada
por las sonrisas de los turistas,
me creí nombrar por esa
voz que no pertenece a nadie,
que, sórdidamente,
baila con el espíritu de una abuela tosca
que no existe
como sus ojos petrificados
por el éter de metilo;
el cuerpo y la voz se alejan,
aunque yo intente abrazarle,
prodigarle una caricia,
o en su defecto monedas
que no sabrá contar
sino bendecir
con la sonrisa trueca
de una promesa vacía.

Hay tardes en que amanso
el vuelo
de la libélula errática
traicionada por la brisa,
y busco una fotografía de familia
que ya nadie recuerda
y que por eso
tampoco nadie reconoce perdida,
y entonces esa voz de abusos y pesadillas
retorna
aunque me esconda en los laberintos
de mis días
alejados ya
de los ocres y perfumes del verano,
de su suavidad terrestre
decorando las danzas de muchachas
despeinadas,
días de consorcios con héroes
que se disponían a estremecer el mundo
a puro pulmón y a versos,
esa voz me sigue llamando
aunque corra años luz
de aquel portón de hielo y silencio.

Hoy como ayer
me hundo en esos ojos
devorados por el mundo
y no puedo sino escuchar
dentro del cuerpo
quebrado,
medio poste,
medio árbol,
a ese niño de Granada
inasible de abrazo
y enquistado en mis sueños.

Este mundo me adormece,
la impotencia rebasa los gritos
y
me inundan
las lágrimas
de niños del mundo
con sabor a reposo y cianoacrilato
que esperan
tal vez
que su voz
no se disperse
en la brisa inaudible
de la avenida.

Poema publicado por Panamá Poético con permiso de la autora. Derechos reservados.

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