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La muerte como último olvido: Concepción poética de Jorge Luis Borges

11 minutos de lectura

La muerte como último olvido: Concepción poética de Jorge Luis Borges por Edwin K. Chacón  de Panamá #

Contacto: info@panamapoetico.com

Agua te lo suplico. Por este soñoliento / nudo de numerosas palabras que te digo, / acuérdate de Borges, tu nadador, tu amigo. / No faltes a mis labios en el postrer momento1”.

-Jorge Luis Borges

Pocos idiomas tienen el goce de contar con genios universales. Este goce del que hablo nace de la exuberancia, de la maravilla, de lo profuso, de la riqueza de las palabras con la que algunos hombres y mujeres nacen, para luego dedicarse a ellas el resto de sus vidas. El hombre que nos congrega en este recinto plantea una dificultad inicial cubierta de temor al simple hecho de su nombre: Jorge Luis Borges. La excelencia de su palabra poética tan particularmente frondosa, nos hace preguntarnos, nos hace replantearnos, si en verdad conocemos nuestro idioma, el español. Y cuando nos enseñó que la raíz del lenguaje es irracional2, nos hace replantearnos la propia naturaleza de un hecho tan común como el habla. Es allá, detrás del lenguaje, donde Borges coloca a la poesía3. Es pues el trabajo del poeta, el retorno a lo antiguo.

Pasado el temor nos queda el asombro que provoca su conocimiento. Pareciera que cuando Borges escribía, la Biblioteca de Alejandría abría sus puertas de par en par, dejando a la vista todos sus rollos incrustados en las paredes y otros rodando por el piso. Tal era su amor por los libros, que una vez escribió: “Lento en mi sombra, la penumbra hueca / exploro con el báculo indeciso, / yo, que me figuraba el paraíso / bajo la especie de una biblioteca4”. Pareciera que cuando Borges hablaba, el propio Oráculo de Delfos le susurraba al oído las palabras adecuadas, antes de revolcarse y perderse en gemidos proféticos.

Aquel espíritu del que hablo hoy, aquel inusual espíritu de nuestra lengua, pasó su alta infancia leyendo a los clásicos universales y se entregó al oficio de cambiar en palabras su vida5, así como definió el oficio poético. Escribió también: “Pensaba que el poeta es aquel hombre / que, como el rojo Adán del Paraíso, / impone a cada cosa su preciso / y verdadero y no sabido nombre6”. Sintió también haber recibido del destino o de la fortuna aquella suerte rara7 que reciben todos los llamados a ser poetas, llamados a nombrar las cosas por sus nombres no sabidos.

Su interés le llevó a libros herméticos de otras lenguas, a conocimientos de diferentes culturas y a otras fuentes del saber menos conocidas. Leer a Borges supone -y requiere- la preparación intelectual del lector. Requiere que sepamos, por ejemplo, lo que ocurre cuando el Río Nilo se inunda o cuando se demoran sus crecidas. Borges ha dejado una vara tan alta que no debe ser vista como inalcanzable, sino como posible destino.

A pesar que en nuestro uso común, no hacemos distinción entre las palabras poesía y poema, para Borges sí parece tenerlo, escribió: “El sabor de la manzana (declara Berkeley) está en el contacto de la fruta con el paladar, no en la fruta misma; análogamente (diría yo) la poesía está en el comercio del poema con el lector, no en la serie de símbolos que registran las páginas de un libro8”. El poema es entonces aquellos símbolos (palabras) en las páginas de un libro, pero la poesía es lo que surge al momento que el lector se encuentra con el poema. Le llama “comercio”, es decir, un intercambio entre el lector y el poema: el lector entrega su tiempo (es decir, una parte de sí mismo que no volverá jamás) y el poema le entrega, la poesía.

Entonces, ¿De dónde viene la poesía como fuerza transformadora del poeta? La complejidad del tema nos lleva durante siglos de visiones opuestas entre los poetas. Visiones que han cambiado a lo largo del tiempo y parecieran cíclicas porque se mueven de acuerdo al pensamiento general de su época. Borges concluye que la inspiración en el hombre es una misma, aunque en diferentes pueblos o épocas le llamen de forma diferente, aunque con humildad negó conocer su origen definitivo, él escribió: “Pero toda poesía es misteriosa; nadie sabe del todo lo que le ha sido dado escribir. La triste mitología de nuestro tiempo habla de la subconciencia o, lo que aún es menos hermoso, de lo subconsciente; los griegos invocaban la musa, los hebreos el Espíritu Santo; el sentido es el mismo9”.

Si la poesía es en sí misma un misterio que asombra y llena al poeta, la de Borges está repleta de otros misterios de muchas culturas del mundo. Este hombre universal que hemos heredado llevó su discurso a diferentes temas, entre ellos, la dicotomía recuerdo-olvido, vida-muerte. También hizo llover sobre su poesía una fuerte carga filosófica e histórica donde se observan los trazos de los pensadores romanos, griegos, hindúes, árabes, entre otros. Pero es la muerte quien sacude a los otros temas, los deja de lado y se cierne sobre el poeta a menudo. Si la poesía borgiana fuese una pintura, sería la muerte su punto de fuga y andamiaje de toda su perspectiva. La muerte es una condición digna para el poeta y hasta deseable, así nos deja saber en el primer poema de su primer poemario publicado10.

Sobre el recuerdo-olvido

El poeta nos dijo que la memoria es una suerte de cuarta dimensión11. Un concepto muy de moda en el siglo XX por las ideas de Einstein en la teoría de la relatividad general y nuestros matemáticos de hoy se vuelcan a las ecuaciones que predicen formas de percepción de la realidad donde pueden ocurrir cosas tan fantásticas como un tiempo que siempre ocurre, un sitio donde siempre nacemos, siempre vivimos y siempre estamos muriendo. Tal es el efecto de la memoria, recordar es para el poeta un medio que reaviva el pasado y genera copias de sí mismo en el presente para dar vida a todos esos momentos.

El monstruo de la memoria es el olvido, aquel censo de muertes12 como le llamó. Porque si la memoria es capaz de dar vida, el olvido es quien trae la muerte. Entonces, ¿qué es el ser humano?, es tan solo recuerdos: “No habrá sino recuerdos13”, dijo. En un poema suyo podemos ver al monstruo del olvido haciendo su trabajo, escribió: “Habré de levantar la vasta vida / que aún ahora es tu espejo / cada mañana habré de reconstruirla / Desde que te alejaste, / cuántos lugares se han tornado vanos / y sin sentido, iguales / a luces en el día14”.

Sobre la filosofía

El poeta no solamente nos lleva hasta Heráclito, Séneca o Tales de Mileto, también hasta Schopenhauer y Berkeley. En poemas tan complejos como Amanecer15, deja plasmado que meditaba en horas de la noche sobre complejos argumentos filosóficos, reflexiones que no acababan hasta que Ra, desde su barca solar, ganara la batalla nocturna contra el monstruo Apofis y apareciera victorioso al amanecer. Nos encontramos en su poesía con rastros de conocimientos tan complejos, argumentos que se han paseado en la mente de los filósofos durante siglos, como aquel que coloca a la realidad como existente tan solo al que observa, el poeta escribió: “Yo soy el único espectador de esta calle; si dejara de verla se moriría16”.

Y cuando pensamos en nuestra naturaleza, el poeta nos acerca a la sabiduría oriental cuando escribió: “Ya casi no soy nadie, / soy tan solo ese anhelo / que se pierde en la tarde17”. Si giramos nuestro globo terráqueo nos encontraremos con sitios donde se habla del ser humano como un cúmulo de deseos que deben ser erradicados, con aquella transformación y sometimiento del ego a la nada y todo aquello debe ocurrir antes de morir o como dijo el poeta “[antes de perderse] en la tarde”. “Mi nombre es alguien y cualquiera18”, “detrás del nombre hay lo que no se nombra19” escribió más tarde.

Más adelante nos recuerda un poco a los estoicos, cuando escribió: “Bajo tus dichas o tu pena, / la invulnerable eternidad se abisma20” y también nos planteó el dilema del origen del creador en su poema Ajedrez, hablando de las piezas en la tabla, escribió: “[Ellas] no saben que la mano señalada / del jugador gobierna su destino” … “Dios mueve al jugador, y éste, la pieza. / ¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza / de polvo y tiempo y sueño y agonías?21”. Todo este vasto conocimiento filosófico lo corona con el mundo de las ideas de Platón, cuando escribió: “…por un orbe más vívido y complejo / que el terrenal, que apenas es reflejo / de aquella alta y celeste algarabía22”.

Sobre la vida-muerte

En un momento de mucho dolor, el poeta sintió que “todo inmediato paso nuestro / camina sobre Gólgotas23”. Con esto, no solo nos demuestra su capacidad para crear imágenes poderosas, también, el uso de los arquetipos como formas comunes a todos los hombres. Y es en esta misma vida de camino al Gólgota donde el poeta logra ver aquellas cosas de mayor valor: “la trémula esperanza, el milagro implacable del dolor y el asombro del goce24”. Podemos resumir nuestra experiencia en la tierra como: “La muerte es vida vivida, / la vida es muerte que viene; / la vida no es otra cosa / que muerte que anda luciendo25”, más tarde su pensamiento vaga en el deseo de la existencia de un sitio donde el ayer pueda existir: “Dónde estarán? pregunta la elegía / de quienes ya no son, como si hubiera / una región en que el Ayer pudiera / ser el Hoy, el Aún y el Todavía26”. “El muerto no es un muerto: es la muerte27”, “El muerto ubicuamente ajeno / no es sino la perdición y ausencia del mundo28” así nos enseñó el poeta sus ideas sobre la muerte: aquello que viene para todos es tan solo un cese de la consciencia.

Al igual que Octavio Paz, para Borges el hombre está constituido por tiempo, así escribió: “La causa verdadera / es la sospecha general y borrosa / del enigma del Tiempo… es el asombro ante el milagro / de que a despecho de que somos / las gotas del río de Heráclito, / perdure algo en nosotros: / inmóvil, algo que no encontró lo que buscaba29”.  Y es que llevamos milenios pensando que somos creación, pero el poeta, en un movimiento revolucionario de su pluma, nos deja su particular visión: no somos creación, somos como las gotas del río de Heráclito, aquel pensador griego que dijo hace unos dos mil seiscientos años: «Ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces porque ni el hombre ni el agua serán los mismos». “El tiempo, ya que al tiempo y al destino / se parecen los dos: la imponderable / sombra diurna y el curso irrevocable del agua que prosigue su camino30”, escribió Borges. Nuestra vida está hecha de tiempo, sangre y agonía, como bien lo dijo: “No he de salvarme yo, fortuita cosa / de tiempo, que es materia deleznable31

Hoy, entre amigos, escritores, poetas y miembros de la sociedad civil, recordamos que somos aquel río hecho de tiempo, nos reflejamos en él, aunque sabemos que nuestros rostros se los lleva el agua. Recordamos así, entre sus altas letras, al maestro argentino, casi como cumpliendo sus palabras cuando escribió: “Ciegamente reclama duración el alma arbitraria / cuando la tiene asegurada en vidas ajenas, / cuando tú mismo eres el espejo y la réplica / de quienes no alcanzaron tu tiempo / y otros serán (y son) tu inmortalidad en la tierra32”. Hoy nuestras almas son el espejo, la réplica de Borges y somos todos nosotros su inmortalidad en la tierra.

Agua te lo suplico. Por este soñoliento / nudo de numerosas palabras que te digo, / acuérdate de Borges, tu nadador, tu amigo. / No faltes a mis labios en el postrer momento33”. Gracias a todos ustedes por acordarse de Borges, hoy, 24 de agosto cuando conmemoramos su natalicio número 122.

1 El otro, el mismo (1964), Poema del cuarto elemento

2 El otro, el mismo (1964), Prólogo

3 El otro, el mismo (1964), Prólogo

4 El hacedor (1960), Poema de los dones

5 El hacedor (1960), La luna

6 El hacedor (1960), La luna

7 El hacedor (1960), Ariosto y los árabes

8 Prólogo a Poesía completa

9 Prólogo a Poesía completa

10 Fervor de Buenos Aires (1923), La recoleta

11 El hacedor (1960), Adrogué

12 Fervor de Buenos Aires (1923), Rosas

13 Fervor de Buenos Aires (1923), Despedida

14 Fervor de Buenos Aires (1923), Ausencia

15 Fervor de Buenos Aires (1923)

16 Fervor de Buenos Aires (1923), Caminata

17 Fervor de Buenos Aires (1923), Sábados

18 Luna de enfrente (1925), Jactancia de quietud

19 El otro, el mismo (1964), Una brújula

20 El hacedor (1960), El reloj de arena

21 El hacedor (1960), Ajedrez

22 El hacedor (1960), In memoriam A.R.

23 Fervor de Buenos Aires (1923), Calle desconocida

24 Fervor de Buenos Aires (1923), Inscripción en cualquier sepulcro

25 Cuaderno San Martín (1929), Muertes de Buenos Aires

26 El otro, el mismo (1964), El tango

27 Fervor de Buenos Aires (1923), Remordimiento por cualquier muerte

28 Fervor de Buenos Aires (1923), Remordimiento por cualquier muerte

29 Fervor de Buenos Aires (1923), Final de año

30 El hacedor (1960), El reloj de arena

31 El hacedor (1960), El reloj de arena

32 Fervor de Buenos Aires (1923), Inscripción en cualquier sepulcro

33 El otro, el mismo (1964), Poema del cuarto elemento


Información de citado #

Edwin K. Chacón, 23/12/2022, La muerte como último olvido: Concepción poética de Jorge Luis Borges, Alejandría de Panamá Poético https://panamapoetico.com/alejandria publicado bajo Creative Commons 4.0


Sobre el autor #

Ciudad de Panamá. Poeta y gestor cultural de Panamá Poético.

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